A las orillas del océano se inician los grandes viajes. Las olas y la brisa convocan al hombre a mirar más allá del horizonte. Daniel es un trotamundos, Aurelia asegura que cada fin de semana se embarca con él en una nueva aventura. Con esa alegre inquietud rememoramos los días felices cuando celebraron su boda, una celebración sencilla. A pesar de tener ocho años viviendo fuera de Venezuela, ellos hicieron de su país natal el escenario perfecto para su matrimonio.
Una de las mejores partes de la expedición es el regreso a casa. En Venezuela, Aure y Daniel vivieron algunos de sus momentos más importantes. En Galipán, mientras el sol se levantaba e iluminaba el descenso de El Ávila hacia el mar Caribe, se dieron su primer beso. Se comprometieron en la Cascada La Leona, Mérida. «La naturaleza lo anunció», dijo Daniel. Querían casarse en un lugar al aire libre, con tranquilidad y privacidad. Lo hicieron un lunes en el hotel Punta Blanca, en la isla de Coche, Nueva Esparta.
Daniel es un aventurero, un explorador. Le encantan los deportes extremos, sobre todo el surf, pero también le gusta montar bicicleta y escalar. Sus amigos lo llaman passion boy. Tan grande es su pasión por el ejercicio que unas horas antes de su matrimonio hizo un maratón en la playa con sus amigos. Aurelia ama las lenguas y, por ende, estudió idiomas. Se considera «cero cursi» y detesta los videos de bodas —al saber esto, nuestro trabajo se volvió un reto. Es una muchacha franca y, según nos dijo, «penosa». Solo necesitó la playa como escenario para su magno evento y algunas flores para enriquecerlo.
A esta pareja no le gusta la presunción ni el protocolo. Sus votos matrimoniales fueron muy románticos, emotivos y estuvieron cargados de apodos, promesas y planes. Al menos la mitad de sus invitados pronunciaron algunas palabras; hasta un tío, que no tenía planeado hablar, quiso hacerlo. Sus amigos reflejan sus gustos; tienen diferentes nacionalidades y hablan, al menos, cuatro idiomas distintos. Y ofrecieron discursos en español, francés e inglés.
Fueron unos novios privilegiados: la familia de Daniel es cristiana-protestante y sus padres oficiaron la ceremonia. El padre les recomendó seguir cuatro principios para forjar una unión duradera: el primero es el amor físico o eros; este debe ser acompañado por el apoyo mutuo o agápē; así llegarán al compañerismo o filia; lo anterior debe ser protegido con el afecto y el cuidado, el storge. Para finalizar, la madre del novio les dedicó un poema. El ritual se realizó en un gazebo frente a la costa. La madrina de Aurelia le hizo el vestido y, lo mejor de todo, compartieron esta ocasión con sus seres queridos a pesar de la dificultad que representa ser una familia diseminada por el mundo.
La multiculturalidad se hizo presente en la fiesta. Fue en una churuata. Se abrió con una rica estación de cocos y empanadas y luego disfrutaron de una cena peruana. Fue una celebración con personas de diversos orígenes; la familia de los novios proviene de diversas partes del globo y entre los invitados se contaban doce europeos que habían viajado por Venezuela los días anteriores al evento. Para completar el periplo y cerrar con una sonrisa, la «hora loca» se disfrutó con un cotillón hawaiano.
Nos divertimos capturando sus mejores momentos. Lo más gracioso fue grabar el #TrashTheDress. Daniel es una o dos cabezas más alto que Aurelia, por lo cual ella tuvo que ponerse de puntillas en varias ocasiones para besarlo. Los opuestos no solo se atraen, también se complementan. Las fotos plasman su afinidad y su equilibrio en la diferencia.
Esta pareja nos mostró cómo se enlazan las distancias. Comprobamos que la diversidad significa riqueza y que el amor siempre es una aventura. Esperamos que el inicio en esta querida orilla les permita atravesar largos caminos y que siempre conserven la certeza de sus raíces.
Para ayudar con ello, nuestro equipo se esforzó para construir un registro fiel y duradero: Isa, Jenny y Kiki se encargaron del video y de la fotografía; después Priss realizó la edición.
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